Texto y fotos: Wilson Gárate Winde Sinta Ayuyo tiene 60 años y es uno de los mayores en la aldea de los shapra. Ellos, los shapra, son aborígenes que habitan en Shoroyacocha, una pequeña aldea ubicada en la margen izquierda del río Morona, a dos jornadas en lancha de la desembocadura en el magnífico río Marañón, en el alto Amazonas. Cuando la noche llega a la aldea todos los hijos y nietos de Winde ya han terminado sus labores de pesca, lavado sus cuerpos en el río y están reunidos en el portal de su casa. En medio de la oscuridad se escucha el sonido del “pupuchi”, un instrumento de viento similar a una flauta traversa. Los sonidos son largos y sostenidos, como una nostalgia. “Es el canto de un pájaro que entona una canción porque vive. Eso estoy soplando”, define Winde a los sonidos que interpreta sentado en un banco de madera junto a la puerta de su casa. Recuerda que siempre ha utilizado un pupuchi por la tarde, ya entrada la noche, como hacían los antiguos. Junto al abuelo, Fabiola y Anita Trigoso, observan y escuchan los cantos del pupuchi hasta que su padre, Joel, las retira al observar que ya tienen sueño. El puesto de las niñas es ocupado por Andrea Nochimat Tauchina, la esposa de Winde, una mujer también mayor que solamente habla en shapra, la lengua que también fue la de su madre y de su abuela. Winde traduce el relato de Andrea: su abuela vivía aguas arriba cerca de la población de Macas, el lugar de donde han llegado los extranjeros y los ecuatorianos con la esperanza de abrir una ruta de comercio y de integración entre los pueblos de la Amazonía a través del río Morona hasta el Marañón. También dice que sus antepasados fueron desplazados por los shuar hasta su actual ocupación junto al río. La mujer hace estas reflexiones mientras sus hijas han juntado palos de “capirona” para formar un fogón sobre el piso que ellas le llaman “sumase”. Encendido el fuego, preparan carne de “ronsoco”, el nombre shapra para el saino o puerco bravo y brindan a los invitados chicha de yuca. Joel Trigoso es un mestizo, forma parte de la comunidad shapra desde hace siete años. Se enamoró de una hija de Winde cuando ella acompañaba a sus hermanos hasta el colegio en el puerto de San Lorenzo, que está ubicado a una jornada en lancha en el río Marañón. Él dice ser feliz, tiene 27 años, una casa y tres hijas; las dos a quienes acostó hace unos minutos asisten a la escuela. El territorio de los shapra es comunal y lo comparte con otras 25 familias. Cuando se constituye una nueva pareja el “apo” o jefe de la comunidad bendice esa unión y les da consejos para convivir en armonía. Trigoso asume que la cultura shapra tolera que un hombre pueda tener más de una mujer y hasta las que pueda mantener. Los “tamarin”, varones, en ocasiones toman alcohol, pero casi nunca se producen rencillas o rivalidades, la violencia está proscrita en la zona. Las casas son limpias, ordenadas, y con la distancia suficiente para brindar privacidad a cada familia, cada nueva vivienda se levanta con una actividad en minga, la misma palabra quichua define para los shapra el trabajo colectivo. Aguas arriba y separado por doce horas en lancha está el poblado de Shinguito, una comunidad de la etnia guambisa. También sus pobladores están ligados con el agua a la que llaman “intza”. Del río depende su supervivencia, les ofrece pesca segura, y la selva buena caza. La carne de venado, el verde y la yuca complementan una dieta que ha formado a los hombres diestros para dominar las corrientes a fuerza de remos y a las mujeres sanas, de pechos firmes y buena estatura. A lo largo del río Morona se han desarrollado siete etnias diferentes: aguarunas, shapra, candoche, chayahuita, achuar, guambisa y quechua. Sus culturas han interactuado por milenios y sin embargo no han perdido sus lenguajes, sus territorios y sus rasgos culturales particulares. Su organización se ha fortalecido, en la región de Loreto, en la Amazonía peruana, en las provincias de Mainas, Ucayali, Altoamazonas, Requena, Ramón Castilla, Datem del Marañón y Condamana. Todos los alcaldes son nativos indígenas. La región que representa la mayor superficie territorial de Perú, su tercera parte, tiene la menor densidad poblacional con sus 44.000 habitantes, de los cuales el 60 por ciento es población aborigen, y habitan en seis distritos: Morona, Manceriche, Caguapalas, Barranca, Pastaza y Andoas. En San Lorenzo, una pequeña ciudad puerto en la margen izquierda del río Marañón, en la que su Alcalde es un nativo de la etnia aguaruna: el profesor Emil Masenkay, se considera que los recursos naturales que de la zona se extraen no son reutilizados para el desarrollo de la región. En Loreto y el Alto Amazonas se origina el 70 por ciento de la economía del país y del 80 por ciento de la madera que se extrae apenas retorna al Estado el cuatro por ciento. Mientras en los tres últimos meses en la región se afirman las estructuras administrativas y las sedes de las alcaldías, que disputan los poblados mestizos y las etnias aborígenes; Winde Sinta Ayuyo todas las tardes, entrada la noche se sentará en el portal de su casa a entonar cantos de pájaros con el pupuchi; porque las comunidades aborígenes están vivas en la cuenca del río Morona. |
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